* Necesito poco y lo poco que necesito, lo necesito poco *...
Será porque algunos de mis más queridos afectos se han enfrentado inesperadamente en estos tiempos a enfermedades gravísimas.
O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio.
Será,
quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí
cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí.
El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco, de qué se trata, esto llamado vida.
Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece.
Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad.
Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios, igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno.
Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar
en tumbas llenas de honores cuentas bancarias, críticos de todo y
todos, inútiles despectivos y negativos, pobres de alma y espíritu, sobre los que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera.
Detesto
los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles
arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre
las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de
esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche.
Y
a los malditos indiferentes que sólo hacen críticas improductivas para
hablar por hablar, y nunca se meten de lleno en el nudo del problema.
Señalo
con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en
las limosneras , pero no comparten la mesa con un indigente y mucho
menos con un inmigrante.
A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas.
A
los que creen que sólo es importante tener, exhibir o contar lo que
han hecho en el pasado, en lugar de sentir, pensar,compartir, escuchar y
ser,hoy.
Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada.
Tan sólo la ternura de mis amores verdaderos y la gloriosa compañía de mis amigos.
Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama.
El recuerdo dulce de mis muertos.
Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche.
El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas.
Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.
También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar.
Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno.
Un instante de belleza a diario.
Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado.
No estar jamás de vuelta de nada.
Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería.
No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase.
Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí.
Sólo quiero eso.
Casi nada o todo.
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