martes, 5 de enero de 2016

LA ISLA DE LAS MUÑECAS

Aunque México está lleno de paradisíacos lugares, hay uno que en lugar de placer produce terror:  la Isla de las Muñecas. En medio de un pantano, las cabezas de bebés de plástico cuelgan desde los árboles o de los techos de las casas. Y muchos turistas visitan el lugar para saber quién lo habitó y  que cultivaba.
Las chinampas, así se llama localmente a las islas, fueron nombradas por la UNESCO como patrimonio de la Humanidad en 1987. Esto amplió el turismo. Las personas que arriban a la zona se maravillan con este registro histórico. Pero ese sentimiento de emoción pronto se convierte en terror al llegar a la Isla de las Muñecas. Un lugar con cientos de muñecas usadas, decapitadas y desmembradas, colgadas en  cañas para ‘espantar a los espantos’.

El dueño de esta macabra chinampa fue Julián Santa Ana por 50 años, hasta que falleció en 2001. Con el corazón roto porque su antigua novia lo abandonó por otro hombre, Santa Ana se mudó a esta zona a mediados del siglo pasado y se dedicó al cultivo de cereales, hortalizas y flores, que todos los días vendía con su carrito en el pueblo más cercano. Llevaba un estilo de vida ermitaño y nunca hablaba más de la cuenta. Llamaba la atención porque recogía muñecas de la basura y pronto se vio que decoraba la isla con ellas.

  Nunca contó por qué lo hacía y el misterio perduró hasta que dejó de ir al pueblo y continuó con las tareas su sobrino Anastasio Santa Ana. Fue él quien reveló la historia real detrás del macabro hecho. Cuando Julián recién llegaba a la isla, una joven se ahogó en sus orillas. Desde entonces oyó voces, pasos y lamentos de mujer, por lo que decidió protegerse con muñecas.

Hay una muñeca en particular que llama la atención por sobre el resto. Era la favorita de Julián y a ella se le piden deseos y se le realizan ofrendas, porque la consideran milagrosa. Se la conoce como ‘La moneca’, aunque fue bautizada Agustinita, porque fue hallada un 28 de agosto, el Día de San Agustín.
Julián Santa Ana nunca dejó de escuchar las voces y siempre que iba a pescar con su sobrino le hablaba de una sirena que quería llevárselo. Una tarde, mientras pescaban frente a las aguas que se llevaron a aquella joven décadas atrás, Anastasio se retiró para ver cómo estaban los animales. Cuando regresó, su tío estaba en el agua. Había caído allí víctima de una insuficiencia cardíaca. En el mismo lugar donde él vaticinó que algún día la sirena lo iría a buscar.
¡¡¡Que los Reyes, os traigan mucas muñecas!!!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dame tu opinión: